Cuando medir el bienestar también nos inflama

Cuando medir el bienestar también nos inflama

La obsesión por cuantificar cada aspecto de nuestra vida —desde los pasos que damos hasta la calidad del sueño— promete ayudarnos a estar mejor.
Pero, ¿qué pasa cuando la búsqueda del equilibrio se vuelve otra exigencia más?

Vivimos en una cultura que celebra la exigencia, que mide cada paso, cada sueño, cada latido.
Lo que comenzó como un instrumento para conocernos, se ha convertido demasiadas veces en un mecanismo de control interno:
“no dormí lo suficiente”, “mi HRV está bajo”, “¿cumplí mis pasos hoy?”.

Y en ese proceso, el bienestar deja de ser un estado para ser vivido y pasa a ser otro KPI que hay que alcanzar.

Tecnología + bienestar = ¿aliado o presión?

Los dispositivos vestibles (wearables) y apps de bienestar prometen que podemos cuantificar y gestionar nuestro estado interno.
Pero un estudio publicado en MDPI (Stress, Anxiety, Positive and Negative Affect via Wearable Devices, 2023) mostró que los wearables permiten rastrear longitudinalmente el estrés, la ansiedad y los estados emocionales.
Eso puede ser una herramienta de autoconocimiento, sí —pero también abre la puerta a una forma de vigilancia constante.

Estudios publicados en MDPI y ScienceDirect advierten que el monitoreo continuo puede generar ansiedad anticipatoria y una sensación de “nunca estar lo suficientemente bien”.
El cuerpo deja de sentirse y empieza a medirse.

Alternativas: desde el cuerpo que siente

  • Reconocer que no todo se puede —ni se debe— cuantificar.
  • Incorporar prácticas que no se miden tan fácilmente: lentitud, pausa, silencio, descanso real.
  • Escuchar al cuerpo sin apps, sin puntuaciones.
  • Replantear la relación con la tecnología: que sea aliada, no vigilante.
  • Recordar que la seguridad, el placer, la liviandad y la suavidad no son “extras”, sino necesidades vitales.

Una experiencia personal

Durante un año muy largo (o quizás dos), no usé mi reloj porque mi hija me lo había bloqueado.
Hace poco volví a usarlo, con la intención de revisar si estaba durmiendo bien.
Y me pasó algo curioso: yo sentía que descansaba bien, pero al ver que mis horas de sueño profundo no coincidían con “la métrica esperada”, empecé a preocuparme.
A buscar cómo mejorarlo, a preguntarme qué estaba haciendo mal.
Por unos días, dormí peor.

Hasta que dije: nada que ver esto que me pasa.

Se lo conté a una de las mujeres de la detox, que también me enviaba sus pantallazos de sueño.
Le pregunté: “¿no te pasa que esto te genera más ansiedad que calma?”
Y me respondió: “totalmente”.

Ahí entendí que cuando el bienestar empieza a medirse más de lo que se siente, algo se pierde.
Recordé a mi obstetra, que solía decir:

“Más allá de cualquier resultado, lo que importa siempre es la observación del paciente.”

Y eso es lo que quiero dejarte hoy:
observarte es lo mejor que podés hacer.
Sin números. Sin métricas. Sin apps que traduzcan lo que tu cuerpo ya sabe.

El bienestar no se optimiza, se habita.
Y en un mundo que premia la inmediatez, permitirnos detenernos, escuchar y soltar la medición constante es un acto de cuidado radical.

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